Cuando una madre no está bien y sufre síntomas de depresión postparto, su criatura tampoco lo está; lo que el bebé necesita de su madre, al margen de los cuidados básicos, es que ella esté presente emocionalmente. Pero para que una madre esté bien y disponible emocionalmente para su hijo, lo primero que debemos saber es que, si bien el bienestar de un bebé va a depender de su madre, el bienestar de ésta va a depender de su entorno más cercano. Por tanto, el bienestar de la madre dependerá de su pareja, de su familia, de todos los que la rodean, de los profesionales que trabajan por su salud global, de la sociedad y sus mensajes y de las políticas de atención a la mujer, a la infancia y a la familia.
El cuidado de la infancia no debe recaer exclusivamente en las manos de las madres. Esto, lo único que genera es más culpa y desbordamiento a las mujeres puérperas que deberían poder sentirse apoyadas, comprendidas y sostenidas para poder hacerse cargo del bienestar de sus hijos con seguridad y serenidad.
También es importante entender que, cuando nos referimos a “las madres”, hablamos de la figura o función materna, que puede ser ejercida también por el padre u otro cuidador principal, en ausencia de la madre (si ésta no está disponible física o emocionalmente por cualquier circunstancia). Dicho esto, nos enfrentamos a una de las preocupaciones más frecuentes de las mujeres que no se encuentran bien en el postparto: ¿Mi estado de ánimo afectará a mi bebé? La respuesta a esta pregunta lamentablemente es “sí”, pero vamos a ver por qué:
En primer lugar, es importante saber que no podemos entender a una madre sin su bebé ni a un bebé sin su madre, se trata de una diada, y, como tal, debe ser atendida en su conjunto. La depresión postparto tiene efectos en la salud de la madre, en la de su hijo y en el apego y vínculo que se establece entre ambos.
Si una madre está deprimida, no va a poder estar emocionalmente disponible para conectar con su hijo y con sus necesidades, más allá del alimento o el abrigo. Esto puede conllevar múltiples desórdenes en el bebé en el ámbito del sueño, la alimentación, la tonicidad, incluso su dermatología y, más a largo plazo, en su desarrollo evolutivo, social, emocional y cognitivo. Estos desórdenes en los niños a una edad temprana se muestran en la interacción con las demás personas de su entorno, en sus conductas y en su temperamento. Más adelante, se pueden presentar dificultades escolares y desórdenes conductuales y relacionales.
El modo en que la madre consiga sintonizar con los estados emocionales de su hijo va a tener un efecto a largo plazo, en cuanto a cómo este logre autorregularse y desarrollar empatía en la infancia y la adolescencia.
También está demostrado el riesgo de desarrollar psicopatología en los niños desde una edad muy temprana, sobre todo de tinte depresivo, en los hijos cuyas madres presentan depresión. Este riesgo en los hijos está relacionado con la severidad y duración de los síntomas depresivos en la madre.
Del mismo modo, observamos que, si un bebé no recibe el suficiente afecto de su madre, no va a poder desarrollar un apego seguro, con todo lo que ello puede implicar en su futuro desarrollo emocional y social.
Desde las distintas organizaciones que se dedican al cuidado de la infancia y también desde UNICEF, defienden la edad 0-3 años como el periodo en el que los niños se van a desarrollar adecuadamente cuando reciben afecto, cuidados y estimulación en un ambiente seguro y enriquecedor. La conexión entre el bebé y el adulto cuidador es lo que va a favorecer y potenciar el adecuado desarrollo de un niño.
Por eso, es fundamental cuidar mucho y estar muy pendiente de las mujeres en todo el periodo perinatal y atender y cuidar su salud mental desde la gestación, para que puedan llevar un postparto en las mejores condiciones posibles, por el bienestar de las madres y de sus hijos.
Sabina del Río Ripoll
Psicóloga Perinatal y Directora de Calma
Calma: Centro de Psicología y Especialistas en Maternidad